“Nadie es demasiado pequeño ni muy débil para provocar el cambio en asuntos vitales”.
Abel Pérez Rojas.
Cuando tomamos consciencia de lo que somos y de la energía que cada uno de nosotros lleva dentro de sí para modificar la realidad, no es definitivo nuestro tamaño ni nuestra debilidad.
Esto que le digo no es una cuestión voluntarista de echarle ganas, ni mucho menos de motivación temporal.
Es un punto que implica profundo convencimiento para despertar a una realidad que hasta ahora podría estar siéndonos ajena.
A propósito de la pequeñez y los cambios que podemos provocar, hace poco me orilló a reflexionar al respecto una frase puntual y amorosa del Dalai Lama:
“Si usted piensa que es demasiado pequeño para marcar una diferencia, trate de dormir con un mosquito”.
Así como el mosquito es molesto en ciertas circunstancias, también es incómoda una llaga, una partícula de polvo en los ojos o una piedra en el zapato.
Tal vez le haga recordar a usted, como a mí me lo evocó, aquellos pasajes de nuestra vida cuando pensábamos que éramos demasiado jóvenes y pequeños para emprender tal o cual responsabilidad, para encarar ésta o aquella tarea.
O cuantas veces sentimos que nadie haría caso a nuestro pensar porque: ¿quién podría prestar oídos a la voz y pensamiento de alguien que no es figura mediática?
Sólo el paso del tiempo nos permitió ver que en su momento teníamos ceguera parcial de nuestros alcances y de nuestras fortalezas, y que éstas se fueron haciendo visibles en la medida que nos dimos a la tarea de poner manos a la obra.
¿Se da usted cuenta que muchas veces limitamos a nuestros hijos, porque para nosotros nunca tendrían la edad y la formación suficiente para encarar la vida como mejor consideren?
Lo cual es una postura errónea, porque cada quien hace su esfuerzo para salir avante y esto provoca que al emerger el carácter, también surjan otras cualidades que están latentes.
También es cierto que todo esto puede verse desde una lupa social.
Por ejemplo, quienes tienen el poder saben que cualquiera de nosotros puede provocar cambios diametralmente cualitativos a los imperantes, de tal manera que aquel que empieza a “despertar”, se convierte en un foco a seguir porque puede provocar que los demás abran los ojos.
Por otra parte, cada uno de nosotros de forma aislada puede conseguir poco, pero la suma de individualidades es altamente incómoda para quienes gustan de hacer y deshacer amparados por la impunidad de los altos puestos, digamos que unidos somos una especie de enjambre de “mosquitos”.
La historia está llena de pasajes que provocaron nuevos derroteros, tanto en lo individual interno, como en lo individual social y colectivo.
¿Quién diría que un hombre flacucho como Mahatma Gandhi provocaría un movimiento no violento de proporciones independentistas, y que inspiró a otros tantos en muchas latitudes?
¿Qué me dice del sujeto anónimo que encaró el 5 de junio de 1989 una columna de tanques en la Plaza de Tiananmen?
¿Cómo olvidar la figura del monje budista de 73 años, Thich Quang Duc, quien se inmoló en 1963 para protestar contra las medidas del presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh?
Vea usted que en todo esto el tamaño no importa, lo que sí importa es la fortaleza que emerge del carácter. Ésta es la pequeña gran diferencia.
Es necesario acudir a nuestro interior cuantas veces sea necesario y atreverse a hacerlo profundamente para ver otra realidad.
Es indispensable prepararse, dialogar con la historia y con quienes nos rodean, estudiar, leer y hacer sinergias; en fin, tenemos que grabarnos que cualquiera puede significar la diferencia… usted, yo, cualquiera.
¿Está usted dispuesto?
Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es escritor y educador permanente.