“No es ni antes ni después, sólo cuando es”.
Abel Pérez Rojas
Al tiempo además de entenderlo por la simple sucesión de segundos, minutos y horas también se le llega a asimilar por el efecto que ocasiona en las cosas, y por supuesto en las personas; principalmente en nosotros mismos.
Generalmente, se apropia de nosotros la impaciencia y la angustia, y en consecuencia, perdemos calidad de vida. Esto conlleva tomar conciencia de los fenómenos complejos que reviste cada instante de nuestra vida.
En su poema hecho canción Renato Leduc dice:
“Sabia virtud de conocer el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo…
que de amor y dolor alivia el tiempo”.
Bien sintetiza Leduc que el paso del tiempo -o dicho de otra manera- nuestro transcurso por este planeta, si es sabio, encierra una virtud: conocer la sustancia del tiempo.
La sustancia del tiempo descansa en las enseñanzas profundas e íntimas que deja su paso en nuestro interior.
Todo cuanto sucede es susceptible de ser aprehendido y orientado para bien por cada uno de nosotros.
Hay que esmerarse en que así sea.
Cuando no es así, es porque inconscientemente aceleramos las cosas y forzamos a que éstas sucedan, con ello renunciamos a la comprensión de los acontecimientos, no asimilamos que todo tiene procesos que a veces escapan a nuestra lógica y también a nuestros intereses.
Es entonces cuando se concretiza aquello de que: “no le dimos tiempo al tiempo”.
La ansiedad vuelta necedad y la ignorancia al punto de la inconsciencia nos ciegan, esto nos impide dejar que las cosas sucedan e incidir sin entorpecer.
No basta con pensar y decir que debemos cultivar la paciencia y la tolerancia, porque dejar las cosas en ese nivel es caer nuevamente en otra jugarreta más de nuestra mente racional y conceptual.
Dicen los sabios budistas que es preciso ejercitarse en el fluir de cuánto nos rodea, entendiendo el fluir como el remanso de la vida: “el vigor del vacío que lo llena todo”.
Como el tiempo de vida se nos escapa de entre las manos como si fuera aire, entonces sólo nos queda su presencia en microsegundos, en brevísimos instantes que conforman el presente y a su vez el amplio espacio (vacío) que llena todas las cosas.
Vale la pena poner algunas de las cosas que nos aquejan o que nos alegran, todas, hay que ponerlas en una especie de cajón de espera. Por ejemplo, aquel mal entendido, aquella reclamación que no puede contenerse, aquel problema sin aparente solución o ese proyecto que trae entre manos.
Démosle tiempo a que se enfríen, a que germinen o a que maduren; en cierta forma eso es “darle tiempo al tiempo”.
¡Qué sería de la vida, por ejemplo, sin ese lapso en que las semillas germinan!
Deje un poco más que, la naturaleza, los hombres o el entramado complejo de una y otro hagan su trabajo; de esa forma contribuiremos a darle cierto respiro a nuestro ajetreado cuerpo, a nuestra atribulada mente y a nuestras dañadas relaciones.
Es una cuestión de saber esperar. Se lo aseguro.
Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com.