Víctor Manuel Chapela quiso ser astronauta. Quiso, también, convertirse en un Nobel de Química. Durante su trayectoria académica registró cuatro patentes nacionales y una en Europa, Estados Unidos y México. Fue, sin duda, una de las figuras claves para concretar el LNS, el supercómputo más importante en México hoy instalado en la BUAP, la institución que lo cobijó en los últimos años de su vida, aquellos de mayor producción científica que lo convirtieron en un referente en Puebla y la región.
Bajo el signo de Escorpión, Chapela Castañares nació un 31 octubre de 1944, en los convulsos años de la Segunda Guerra Mundial, aunque en una geografía muy distante: el Distrito Federal, hoy Ciudad de México. A la edad de 16 años vivió la fascinación por el espacio. El joven Chapela fue presidente de los Postecas, preparatorianos reunidos para diseñar y construir cohetes experimentales, y más tarde de otros grupos afines. Al participar en el concurso para la selección de un pasajero que viajaría en el transbordador espacial, quedó en la lista de los 15 finalistas.
Egresado de la Licenciatura en Ingeniería Química, cursó la maestría en el Physics Departament New Mexico State University, y en 1979 obtuvo el grado de doctor en el Chemical Engineering and Chemical Technology Department of The Imperial College of Science and Technology, London University, con la tesis Crystallization and Intercalation Behaviour of Layer Dichalcogenides.
Hombre de intuición y creatividad científica, fue un gran colega y consejero de quienes formaron el no poco numeroso grupo de amigos, con quienes cultivó el arte de comer y beber: la comida como ritual y comunión con el “otro”. El gozo de la conversación que hace brotar las peras del olmo.
La UNAM fue la primera institución de educación superior que lo cobijó. Allí se desempeñó como académico en la Maestría de Química Inorgánica, de la Facultad de Química, y en el Centro de Investigación de Materiales, de 1972 a 1985. A la BUAP llegó en 1995, donde generó su mayor producción científica, desde su centro de trabajo, el Laboratorio de Polímeros del Centro de Química, del Instituto de Ciencias.
Junto con su entrañable colega y amiga, la doctora Judith Percino Zacarías, registró una patente en Europa (EP 20080013712), su símil en Estados Unidos (US2009043063), y en México, MX20070009292: “Proceso para obtener dímeros, trímeros y hasta polímeros de compuestos derivados de piridinmetanol”, un proceso que fue nombrado por la autoridad de propiedad industrial estadounidense como la “Reacción Percino-Chapela”, un honor que sólo se les concede a descubridores con resultados de extraordinaria relevancia para el mundo científico.
Amante de las carnes al carbón, mariscos y sabores exquisitos; del vino tinto y el whisky, en Chapela no hay claroscuros. De mirada penetrante, franco y directo, a veces rudo, pero pródigo en la amistad. Fue, sin duda, una figura peculiar, alto y robusto, habitante de su laboratorio de Química con olor a café.
Para el hombre del traje gris, según la ocasión, o los clásicos mezclilla y camiseta, la broma y el sarcasmo eran conductas habituales. Cuando al lado de sus pares acudía a presentar un proyecto para su aprobación, hay quien asegura que decía como un susurro: “Voy armado: los veo feo o se las m…”
Según la base de datos SCOPUS y la Web of Science, publicó más de 60 artículos en revistas especializadas de alto impacto, generando más de 500 citas. Ello le valió ser uno de los científicos más respetados y consultados en la Institución, pues además de protagonizar importantes proyectos de investigación, formó parte de las decisiones estratégicas de la gestión en materia de ciencia. Gracias a él y a un grupo de investigadores destacados, la BUAP alberga una de las herramientas científicas más importantes del país: el Laboratorio Nacional de Supercómputo del Sureste de México.
El pasado 10 de febrero, Víctor Manuel Chapela Castañares dejó de existir. El hombre con inventiva, humor negro y gusto exquisito. A quien le gustaba la música clásica, excepto el genio de Mozart. La comida gourmet. El olor a carne asada, a café, a “huele de noche”. El vino tinto y el sonido sordo al descorchar. El cine, los paisajes naturales, las grandes ciudades y museos… El hombre con visión para consolidar una ciencia nacional, el ser que siempre tejió amistades valiosas.